Érase una vez que planté unas fresas. Cuatro plantas, pequeñas. Los dos primeros años, nada. Ni una fresa. A eso le sumo algún invierno en el que más bien parecía que se habían rendido y el primer impulso era arrancarlas para borrar el aire de cementerio que daban a esa esquina de la plantación, en contraste con el verde vívido del perejil o la albahaca. Pero siempre me resistí porque tenía esperanza.
A estas alturas ya no sé cuántos años hace que tengo el fresal. Digo fresal, porque superadas las primeras vicisitudes de esta historia, la capacidad expansiva de estas plantas es implacable, y cada año ganan en densidad y extensión. No sé si la madurez les beneficia o no, pero lo cierto es que han pasado de ofrecer algunos frutos rojos una vez al año como mucho -tímidamente pero durante bastante rato, eso sí- a florecer y dar cosechas más generosas. Aunque decir cosecha igual es un poco optimista, tales recolecciones al menos son suficientes para hacer un postre familiar.
Y en ese largo camino de incertidumbre y experimentos en busca de mejorar el resultado (que si menos sol, que si más agua, que si un espantapájaros para mantenerlas en zona segura...) me enfrento a una nueva lucha. En ese momento en el que por fin parece que el fresal se pone generoso, da comienzo el siguiente capítulo: Mis fresas y otros animales, como probablemente diría Gerard Durrell. Aunque en este caso no se trata de la familia. Va de hormigas y caracoles.
Muy decepcionante acercarse a una fresa reluciente y que al darle la vuelta el panorama sea unas cuantas hormigas saliendo de una profunda y cuidada perforación, que previamente algún caracol se ha encargado de hacer. Así que comienza mi investigación desde el desconocimiento absoluto de cómo tratar estas plagas. Ni siquiera estoy segura de qué es antes, si el caracol matizando el brillo de las fresas con su rastro de babas, o las hormigas. Deduzco que el caracol hace el trabajo inicial de perforar y las hormigas funcionan más como inquilino parásito, pero no estoy segura. Las hormigas resultan sorprendentes en fuerza y organización, así que son capaces de muchas más proezas de las que imaginaríamos.
La buena noticia (no para estos animales, claro) es que hay soluciones varias, pensadas para huertos, con las que deshacerse fácilmente de estos serecillos. Es fácil encontrar recomendaciones de remedios caseros, desde colocar cáscaras de huevo por el terreno, o echar ceniza o serrín alrededor de las plantas, hasta recolectarlas con la mano (eso ya lo hago) o no regarlas demasiado. Reconozco que poner en marcha estos consejos se me hace un poco cuesta arriba, y lejos de plantearme una fumigación descontrolada que pueda afectar a las plantas y por ende a las frutas, he optado por productos para huerto anticaracoles o antilimacos, que son un remedio eficaz y, según parece, no afecta a la planta ni a las posibles mascotas que merodeen por allí.
Quiero pensar que es parte del ciclo de la vida (el animal grande se come al pequeño, o el fuerte al débil), y en todo caso es una manera de defender a estas fresas de los ataques continuados de estos intrépidos y voraces animales. Así que una vez descubierto el remedio, simplemente se trata de asegurar que tengo en casa estos dos cebos (suculentas comidas envenenadas, para entendernos) que espolvoreo sobre la tierra de vez en cuando. Aguantan la lluvia y no afectan en absoluto a la planta. Simplemente los caracoles y las hormigas se van comiendo estas pequeñas bolas diseminadas, y...
Y las fresas crecen sanas, rojas y grandes a su libre albedrío, listas para desayuno, merienda o postre.
Del huerto a la mesa
Simplemente con las fresas lavadas al natural cortadas en un plato es suficiente para sorprenderse con la intensidad y dulzor natural. ¿Cómo puede caber tanto sabor en una fresa tan pequeña? Un auténtico festival de rojo, jugo, carnosidad y aroma. El paladar no puede más que celebrarlo cada vez, por pequeña que sea la fresa. Incluso las que no tienen un gran aspecto, son de lo más agradecidas.
En cualquier caso, alternativas a comerlas así tal cual, recién cogidas de la planta, hay muchas. El batido de fresa, un clásico, con fresas como estas queda espectacular. Le añado una cucharada de leche condensada para cuatro vasos de batido generosos. Le da un toque smoothie irresistible.
Me gusta también prepararlas cortadas en un bol grande, y añadir una cucharada de azúcar y una cucharadita de vinagre. Las dejo reposar y al cabo de unas horas, el jugo rojo intenso le da un toque de macedonia maravilloso y se convierte en un postre de cuchara.
Así preparadas dan mucho juego en parte gracias a ese sirope natural que desprenden. Si les añado leche, el resultado es ideal para, por ejemplo, un desayuno o una merienda. Cuando preparo tortitas, también es un acompañamiento ideal. Y luego está la receta estrella para mí, que es templar las fresas, añadir pimienta negra, y combinarlo con una bola de helado de vainilla. Tiene algún secreto más que cuento en El rincón de Vinyet. Están deliciosas.
Links de interés:
Saber de fresas y cómo cultivarlas es fácil. Una simple búsqueda en google y encontraremos mucha información, la mayor parte de gran calidad.
Fresas aparte, muy recomendable el libro de Gerald Durrell y la serie sobre su familia:
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