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  • Foto del escritorLa cocina de Bárbara

Pollo guisado, el de toda la vida

Muslitos o muslo y contra muslo. Esa era la única duda, que a menudo se resolvía según lo que estuviera disponible en la carnicería, o simplemente más a la vista. El destino de estas piezas del ave, sí estaba claro. Pollo guisado con zanahorias y guisantes.


Al menos una vez a la semana era el plato principal de alguna comida. Nadie ponía pegas y nunca nos cansamos. Jugoso, ligero. Un sabor fácil que además daba mucho de sí. Mi madre siempre compraba un poco de más, así que lo normal era que sobrara. Y las sobras de la carne, bien separada del hueso y troceada, siempre acompañada de la salsa sobrante, las zanahorias y los guisantes, se convertía en el relleno o bien de unas deliciosas empanadillas (alternativa interesante a las clásicas de atún), o bien de la lasaña de pollo típica de casa. Para ambos casos, imprescindible añadir salsa de tomate (casera, por favor) y mezclarla con el pollo desmenuzado. Y ya lo tenemos.



Ingredientes:


Muslos o muslo y contra muslos (2 por persona, pongamos 8 para una receta de 4 comensales)

2 zanahorias (si no son muy grandes mejor 3)

Un tarro de guisantes (pueden ser en lata también)

1 cebolla

2 dientes de ajo

1 cucharada de harina

Laurel

Vino blanco

Sal

Se le puede dar un toque con tomillo o romero, o hierbas provenzales. Queda muy bien, aunque en casa siempre era así tal cual, sin añadido de hierbas aromáticas de ningún tipo. Nos encantaba. Para el que no es muy de pollo, las hierbas son una solución magnífica.

El procedimiento para preparar este plato es el propio de un guiso. La clave está en el punto. Primero el sofrito de cebolla, que tiene que quedar transparente. No la micronizo porque me gusta que se note al final en el plato. Un poco antes de que esto suceda, se añade el pollo, a fuego fuerte para que coja color, vuelta y vuelta. Se vuelve a dejar a fuego medio y entonces se añaden los ajos (partidos por la mitad) y las zanahorias troceadas. A veces le pongo una rodaja de limón, previo exprimido sobre el pollo.

Hay que mover de vez en cuando la cazuela para que no se pegue nada. Si es necesario, nos ayudamos de una cuchara para darle un poco de vueltas. Cuando el pollo empieza a perder ese aspecto de crudo, se añade una cucharada de harina. Importante que se tueste un poco en el aceite, con cuidado de que no se dore demasiado. Entonces añadimos vino blanco (más o menos lo que serían dos dedos de vino de un vaso pequeño), la hoja de laurel y una pizca de sal. Dejamos que recupere el hervor, y entonces añadimos agua generosa (que cubra el guiso), y lo dejamos hervir. Ojo, que si a fuego medio hierve con demasiada energía, es mejor bajarlo. Se trata de que vaya reduciendo el agua y evaporando el alcohol del vino a la vez que se va cocinando la carne.


Si le queremos añadir los guisantes (no siempre lo hago) y son de tarro, se añaden cuando la salsa parece que ya quiere espesar; no antes, porque se deshacen. Mantenemos un poco más al fuego, hasta que las burbujas del hervor se ponen gordas y algo viscosas. El punto se lo damos a ojo, que quede suficiente salsa y se vea espesa. En ese momento, la carne del pollo debería estar tierna y bien cocinada.

Pollo guisado de toda la vida, una opción sencilla para cualquier día de la semana, rápida de preparar (en 40 minutos más o menos está listo para servir), económica y apta para todos los públicos.

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